lunes, 31 de diciembre de 2012

El Hobbitt: un viaje inesperado (Peter Jackson, 2012)


 
Me asomo a esta película co-producida, co-escrita y dirigida, la onceava, del neozelandés Peter Jackson (1961), sin, he de reconocer, mucho entusiasmo cinéfilo, un tanto cohibido por el adoctrinamiento mediático a que se nos viene sometiendo desde hace prácticamente una década  con la última entrega, ‘El retorno del rey’ (2003), de la anterior saga anillera y harto de ese cine, o mejor llamémoslo negocio espectacular, de tipos en mallas hartándose de brincar (Clint Eastwood dixit), más parecido a un videojuego.
Si  conseguimos apartarnos de esa idea y nos disponemos a disfrutar de la cinta como el puro entretenimiento  que resulta ser, aun así, la idea de estar viendo una fórmula repetida no nos abandona. Porque el hecho de que la peli es otra adaptación de otra aventura homónima escrita por el británico J.R.R. Tolkien en la década de los 30 del siglo pasado, es una simple coartada argumental para desplegar la manida precuela, con una estructura narrativa particularmente hermanada con la primera película de la saga de El señor de los anillos, ‘La comunidad del anillo’ (2001), con la que guarda muchas similitudes. Ambas tramas se inician, si la memoria no me falla, con un epatante y epopéyico prólogo, centrado allí en las vicisitudes que a buen seguro azotarán a la humanidad por la obsesión de poseer cierto anillo, aquí en las desventuras de cierto reino enano que nadaba en la abundante riqueza hasta que un díscolo dragón decide mudarse allí con el consiguiente caos, huida y derrota posterior que condena a dicha raza menor al ostracismo. Y tras el nada halagüeño prólogo, el sosiego del pueblo hobbitt, al que llega el viejo mago Gandalf, suerte de reclutador para la compañía creada al efecto de conseguir ganar cierto reto. Tras los tiras y aflojas propios de tamaña aventura, empieza el viaje, punteado por los ya habituales planos aéreos del discurrir del grupo por parajes de inhóspita belleza, y el previsible hostigamiento al grupo; y si en aquella, eran unos caballeros negros al trote, en la que nos ocupa, se trata de unos malditos orcos, a cuyo jefe uno de los enanos, el descendiente directo del rey destronado al que se enfrentó en el pasado y le cortó un brazo, es el que busca ahora su venganza. La llegada al pueblo elfo de Rivendel, como en aquella,  actúa como balsámico descanso y sirve para tratar de desarrollar una estrategia o, al menos, subrayar los peligros de la aventura iniciada. Allí nos encontramos de nuevo con el mago Saruman (Christopher Lee), antes de pasarse al lado oscuro, al rey elfo Elrond (Hugo Weaving) y a la magnética reina Galadriel (Cate Blanchett). Son bazas seguras para terminar de atraer al díscolo espectador en pos de las formidables peripecias y retos que van a acontecer. Las aventuras se suceden sin tregua; horrendos contrincantes les salen al paso tratando de hacerles descarrilar de su empeño. Pero siempre el escurridizo buen mago Gandalf será una ayuda inestimable para evitar la destrucción de la causa, y del grupo, con lo que se abortarían las dos entregas con fecha de estreno prevista para los años venideros. Y sale al paso algún pintoresco personaje, como ese mago asocial del bosque. En la recta final asistimos también a un duelo a muerte entre los supuestos líderes de los dos grupos confrontados. Y si allí el desenlace era más funesto, suponiendo la muerte del caballero Boromir (Sean Bean), aquí se ha edulcorado ya que la aparición de unas águilas fantásticas logran socorrer al grupo para sacarle del atolladero en que estaban metidos. Y también, el primer título de cada saga termina dejándonos la miel en los labios, justo cuando el grupo se halla más cohesionado que nunca por las tribulaciones pasadas y el espectador ha conseguido identificarse con los héroes de la función, en particular el reticente hobbitt Bilbo Bolsón, cubierto por el actor Martin Freeman, que nada tiene que envidiar e incluso supera la interpretación de Elijah Wood como su sobrino Frodo en la saga anterior. O el aguerrido enano Thorin (Richard Armitage), llamado a capitanear el resurgir de su raza, emulando al desposeído Aragorn (Viggo Mortensen) de la anterior. Por su parte, los malos están algo más difuminados. Mención aparte merece la afortunada secuencia del encuentro entre Bilbo y Gollum, el finado poseedor del anillo, perfecto equilibrio entre dramatismo y comedia y que está a la altura de los mejores pasajes de la saga precedente.
La película entonces, aunque es una entretenida y solvente aventura en la línea de la saga anterior, no consigue librarse de la alargada sombra de su predecesora, con quien comparte análoga estructura narrativa, invocando al fantasma de la repetición y el posible hastío, pero además adolece de una menor enjundia en cuanto a su nómina de personajes, un tono épico menos acusado y vital para el repunte de la función, quizás porque el original literario del que parte, tiene menor calado que la posterior trilogía, obra maestra que consagraría a su autor, de tal forma que si en aquella ocasión la adaptación fílmica tenía que descontar bastantes pasajes del enorme material literario del que bebía, en esta ocasión la película es una más libérrima y estirada adaptación de la base de la que parte. En resumen, esta primera entrega de la nueva saga nos deja cierto balance agridulce entre el sano entretenimiento y nuestra resistencia a ser moneda de cambio en el enésimo intento de copar salas y ejercicio del marketing subsiguiente de una fórmula ya conocida.

 
Calificación: 2.

martes, 25 de diciembre de 2012

Una pistola en cada mano (Cesc Gay, 2012)

 


Hombres al borde del ataque de nervios
La sexta película del director y guionista barcelonés Cesc Gay (1967) es una comedia coral estructurada en cinco capítulos independientes más uno que actúa de cierre y posdata común. En el primero, protagonizado por Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia, en que dos antiguos compañeros de estudios se encuentran en la entrada de un edificio tras un largo tiempo sin verse y comentan su vida en el hall del mismo esperando que la lluvia escampe, tiene un aliento tragicómico, que entronca con su anterior película coral, ‘En la ciudad’ (2003), también coescrita, como la que nos ocupa, junto a su colega Tomás Aragay, y sirve de introducción al tono más abiertamente cómico de los episodios posteriores. El segundo,  protagonizado por Clara Segura y Javier Cámara, tiene lugar en el domicilio ex-conyugal con ocasión de la devolución a la ex-cónyuge del hijo común; el tono es de comedia bufa, un tanto histriónico, y, a mi juicio, el de menor interés, un tanto predecible, como apunta el manido gag final de la rotura de la caja con los objetos del ex-marido cayendo en plena calle. En el tercero, protagonizado por Ricardo Darín y Luis Tosar, donde dos desconocidos interactúan por un azar próximo al de ‘101 dálmatas’ en un parque público para encontrar un nexo común, es el capítulo más próximo a la comedia con toques de sainete, de absurdo surrealista. El cuarto bloque es el turno de Candela Peña y Eduardo Noriega, que dan vida a dos trabajadores que viven un escarceo frustrado al fin de su jornada laboral, y supone un punto de inflexión en la cinta hacia cotas más decididamente cómicas, invitando, incluso, a la carcajada incontenible. El quinto episodio es el protagonizado por Leonor Watling y Alberto San Juan, por un lado, y Cayetana Guillén Cuervo y Jordi Mollà, por el otro; podría tratarse, como los anteriores, de un corto independiente del resto, aunque en este, en un giro que rompe el aparente estatismo y dialéctica bis a bis que había presidido los pasajes anteriores, pues aquí, dos parejas se intercambian y los miembros masculinos, que parecen ser íntimos amigos, interactúan con la respectiva del otro, alternándose los escenarios, ya que unos se encuentran esporádicamente en un parking y deciden ir juntos en coche a la fiesta a la que ambas parejas han sido invitadas, mientras la otra pareja, va de paseo, combinándose ambos escenarios y sendos diálogos presididos por el otro ausente, en una dinámica elíptica que culmina con un impagable plano donde, una vez ambas parejas ya reunidas en el rellano del ascensor suben por turnos, los amigos esperan con cierto estupor el ascensor que conduce al piso de la fiesta. Por último, un pasaje a modo de epílogo cierra esta estupenda película , donde varios de los protagonistas masculinos de los episodios anteriores, esos personajes inmersos en la zozobra de una madurez cuarentona,  que han expuesto sus miedos, sus deseos, debilidades, sus mentiras, su hipocresía, resultan conocerse, y lidian en la cocina con los preparativos de la mencionada fiesta.

La puesta en escena de estas ‘set pieces’ cuasi teatrales, en las que 2 personajes interactúan en escenarios urbanos, está resuelta con los mínimos aditamentos escénicos y musicales, dominando las secuencias los planos cortos y medios a modo de ejercicios interpretativos donde los personajes tienen la oportunidad de explayarse.
El resultado es muy disfrutable y tiene la virtud de dejarnos un buen sabor de boca aunque los avatares que nos ha contado no sean precisamente agradables. Además, como si de un buen thriller se tratase, va graduando su tono, cómico eso sí, conforme discurren los diferentes episodios desde el primero, presidido por un tono más neutro y agridulce, in crescendo hasta la ‘fiesta’ final, con el enfoque puesto en las relaciones de pareja como denominador común, y, como toda comedia que se precie, es un espejo privilegiado de las más hondas miserias humanas. Espíritu wilderiano, o, más en términos actuales, más Solondz que Apatow, que digamos.


Calificación: 3.