sábado, 12 de octubre de 2013

Otro verano (Jorge Arenillas, 2012)




Ver Crítica.
Calificación: 3.

Insensibles (Juan Carlos Medina, 2012)




Ver Crítica.
Calificación: 2.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La gran familia española (Daniel Sánchez Arévalo, 2013)




La cuarta película escrita y dirigida por el madrileño Daniel Sánchez Arévalo (1970) , la comedia ‘La gran familia española’, se vende aireando su espíritu cañí, al que su mismo título alude, pero nada más lejos de la … ficción.
El filme se abre y cierra con idénticos momentos, los títulos de crédito iniciales y el ‘the end’ final, del lejano, ‘Siete novias para siete hermanos’ -Seven brides for seven brothers (Stanley Donen, 1954)-, un musical menor que el propio y genial director norteamericano despreciaba por sus evidentes decorados artificiales; aquel edulcorado alegato del amor, el matrimonio y la familia, sirve para introducir un aliento ‘freaky’ en este otro escenario familiar, el de un padre separado (Hector Colomé, que repite el papel de cabeza de familia que ya interpretó en la opera prima del autor de ‘Gordos’) y sus cinco hijos, uno de los cuales, el menor, Efraín (el joven y televisivo Patrick Criado, un acierto) , va a celebrar su boda, suceso cuya jornada va a ocupar la mayor parte del metraje, justo el mismo día y hora que la memorable final que daría el título mundial a la selección española de fútbol.

El largometraje, establece, pues, desde el inicio, distancias con la comedia sofisticada, que, en época precedente, y de penurias futbolísticas, era esa ‘Familia’ (Fernando León de Aranoa, 1996), puestos a identificar posibles vínculos temáticos en el cine patrio. Tampoco Sánchez Arévalo recurre al amplio catálogo de recursos que encierra el acervo berlanguiano, ni roza los excesos de un Álex de la Iglesia. Aunque haya una cierta identificación de la película con el momento actual, además del dichoso partido, pues hay un depresivo hermano en paro, Adán, un Antonio de la Torre, omnipresente en la filmografía de Sánchez Arévalo, y un novio, fácilmente categorizable en la categoría de nini, diríase que el director madrileño se mueve en un mundo propio, ¿de comedia agridulce?; despejada la indeterminación genérica de su estimulante opera prima, Azul oscuro casi negro (2006), aquel drama urbano que contenía algún buen momento risible, y más claramente escorado al terreno cómico, como en sus dos obras posteriores, Gordos (2009) y Primos (2011), sobre todo  en esta última, de forma que, paradójicamente, su adscripción temática podría incluso estar más cerca de la comedia norteamericana moderna. Vamos que hay más Apatow (véanse las secuencias con importante presencia musical, como la de la ceremonia de boda, suerte de divertida pasarela, como lo son, en la realidad, estas pintorescas circunstancias), no en vano el director madrileño estudió cine en USA, que de Berlanga o Fernan-Gómez en Sánchez Arévalo y esta película podría transcurrir en los alrededores de Londres, París o el estado de New Jersey, pese a su muy definido título.
Los momentos de humor grueso y brocha gorda brillan por su ausencia, siendo especialmente los protagonizados por Raul Arévalo, otro de sus actores fetiche, aquí un testimonial camarero, los que más procuren la carcajada fácil. El metraje bascula entre momentos de comedia suave, fundamentalmente, los momentos centrados en la pareja protagonista de la boda, que, tal como el famoso partido, permanecen en un segundo plano, para ser felizmente rescatados y servir de contrapeso a los momentos más dramáticos marca de la casa, los que corresponden a las parejas en liza, la indefinición en que se debaten los protagonistas ante la vida, y, especialmente, el amor, línea estrella en la temática arevaliana. También el escenario familiar, al que el propio título alude, y sus diferentes adscripciones y lazos, es un lugar común en la filmografía de Sánchez Arévalo.

En el hábil manejo de esta difícil combinación cómico-dramática, acentuada por las intervenciones del hermano discapacitado, un logrado Roberto Álamo, está el acierto de la película. El guión, si bien inferior al de esa más complicada trama urbana que era ‘Gordos’, que me parece la más lúcida obra de la carrera de su director hasta el momento, va dosificando las diferentes entradas y salidas por las que transita la película, que nos deja alguna brillante secuencia de puesta en escena como esa en que distintos diálogos, dependiendo del núcleo familiar del que provienen, del novio, o el de la novia, sobre el mismo suceso, la procedencia de las relaciones pre-matrimoniales de los protagonistas de la ceremonia, resultan, a golpe de montaje, uno sólo, impagable, el que tenemos oportunidad de disfrutar los espectadores.
Una objeción que cabría hacer es que el peso de los momentos dramáticos, que en otras películas de la carrera de Sánchez-Arévalo, fundamentalmente los dos primeras, y especialmente en Gordos, se llevaba casi a sus últimos límites, está aminorado, en la línea de la muy menor y antecesora ‘Primos’, o dulcificado, según se mire, en aras de dotar la factura final del filme de un acento más equilibrado, como de comedia fácil, junto al punto bizarro inicial, sin mayores pretensiones de trascendencia que su título apunta, a pesar de lo cual, es un estimable filme que deja un buen sabor de boca y ganas de más.

 
Calificación: 2.

sábado, 2 de febrero de 2013

Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012)

 

Un director con Alma

La película, tras un preámbulo cómico, muy del gusto de la casa, como esas breves intervenciones del director inglés conque prologaba los episodios de la popular serie ‘Alfred Hitchcock presenta…’ (1955-1962), para reforzar esa idea de que vamos a ver puro cine dentro del cine, se inicia y cierra con parecidos momentos: la salida de la premiere de ‘Con la muerte en los talones’ (North by northwest, 1959) y la de otro estreno, el de ‘Psicosis’ (Psycho, 1960).
Pero no estamos ante un biopic al uso sobre de uno de los directores más mediáticos e influyentes de la historia del cine y, divago, resulta curioso como el cine no haya reparado tanto en su propia historia, la de mostrar la vida de sus mismísimos creadores. Tampoco es que lo haya hecho demasiado con algunas de sus rutilantes estrellas. Quizás porque prefieran mirar para otro lado, los guionistas no miran demasiado al ombligo del cine, salvo en abstracto, y ahí están ‘8 ½’ de Fellini, ‘La noche americana’ de Truffaut, o ‘El crepúsculo de los dioses’ de Billy Wilder, de entre unas cuantas. Pero no es el caso de sus directores históricos. La excepción que confirma la regla es quizás esa ‘Ed Wood’ (Tim Burton, 1994) sobre el tal psicotrónico autor, aunque sí lo ha hecho esporádicamente con algunos momentos puntuales y rodajes. Evitando la exhaustividad y la consulta, me vienen a la mente ‘Cazador blanco, corazón negro’ (White Hunter Black Heart, 1990) donde Clint Eastwood recreaba el rodaje de ‘La reina de África’ de John Huston, o ‘La sombra del vampiro’ (Shadow of the Vampire, Elias Merhige, 2000) donde la trama se centraba en el rodaje de ‘Nosferatu’ a cargo de F.W. Murnau.

‘Hitchcock’, segundo filme dirigido por el británico Sacha Gervasi (Londres, 1966), guionista de ‘La Terminal’ (Steven Spielberg, 2004), que había debutado en la realización a finales de la década pasada con un documental sobre una banda de rock duro canadiense, se parece a esas últimas, otra suerte de making-off cinematográfico. La historia se sitúa en un momento muy concreto de la amplísima carrera de posiblemente uno de los directores de cine más conocidos de todos los tiempos, sino el que más. Estamos en 1959 y Alfred Hitchcock, llegado a la industria del cine norteamericano más de 15 años atrás, convertido en rey midas de la época dorada del cine hollywoodiense de los cuarenta y cincuenta después de haber entregado títulos clásicos como ‘La ventana indiscreta’ (Rear window, 1954), ‘¿Quién mató a Harry?’ (The trouble with Harry, 1956), ‘El hombre que sabía demasiado’ (The man who knew too much, 1956), o ‘De entre los muertos’ (Vertigo, 1958), se encuentra en una encrucijada creativa, lo que la temida página en blanco supone para un escritor: decidirse por un nuevo proyecto. Y la película combina perfectamente dos mundos, el ámbito profesional del mundillo del cine, de la que la película es un buen exponente, rodada en tono semidocumental, disciplina nada ajena a Gervasi, de los procesos que rodean el alumbramiento y creación de una película, desde la selección del argumento -en este caso la novela de Robert Bloch, ‘Psycho’-, la contratación del guionista, los casting de actores, las arduas sesiones de rodaje, las bambalinas, los estudios, las proyecciones y las inquietudes de los productores, el no menos árido montaje, hasta el estreno. Y el otro, el del universo personal, la intrahistoria de las personas que están detrás, comenzando con el director, en primer plano, y su mujer, Alma Reville, aquella montadora que conoció en los Estudios Islington en los primeros años veinte, quien, desde los inicios de sus carreras en el cine de las islas, fue una estrecha colaboradora suya a la par que amante esposa. Y, dentro de este universo o substrato personal, la película nos muestra 2 temas muy interesantes: uno, los dilemas del director, y en este caso concreto de Hitchcock, un maestro en su profesión, pero ‘desconectado’ o desencantado de la vida en general, cuyo único objetivo, aparte de su gusto en combatir su ansiedad vital con recurrentes paseos a la cocina en busca de suculentos manjares o al minibar en busca de esa copita, es el deseo irreversible de plantear un nuevo hito, una película realmente moderna, rompedora, capaz de maniatar y sorprender al espectador como máxima obsesión; el otro, la conjugación de estos anhelos con su vida personal y su matrimonio. En este sentido, el protagonismo del director se alterna con el de la olvidada y frágil Alma y, en este sentido, el mensaje que la película pretende transmitir es una reivindicación clara del papel de la Reville en la obra hitchcockiana, vital rol que el propio director termina reconociendo en la secuencia final del filme. Si bien la bibliografía hitchcockiana es amplísima y las referencias superarían el propósito y amplitud de esta mera reseña crítica, seleccionamos, al azar, esta cita de Anne Baxter, la actriz protagonista de ‘Yo confieso’ (I confess, 1952), con ocasión de un incidente, el retraso de Alma en la vuelta a casa tras un paseo en coche de ambas por la campiña canadiense durante el rodaje del mencionado: “Entonces comprendí hasta qué punto dependía Hitchcock de su mujer y también que ella disfrutaba de la situación. Él necesitaba estar con ella a la hora de cenar, y ella no se había presentado. Yo me disculpé, pero él no me perdonó, y nuestra relación quedó dañada para siempre”. (1)
Semejantes papeles son interpretados por dos sobradas ‘bestias’ de la actuación como son un perfectamente transformado Anthony Hopkins, que hace gala del peculiar hieratismo del personaje que recrea, punteado por el peculiar acento cockney del personaje real, y su partenaire, Helen Mirren, dando vida a la dedicada, cuando no desdichada, esposa. Verlos es una delicia y muchas secuencias se adentran en el terreno de la comedia desbordando mordacidad e ironía. El resto del elenco es igualmente afortunado y efectivo; impagable resulta la secuencia de la entrevista entre un bisoño Anthony Perkins (James D'Arcy) en el que adivinamos muchos de los tics que luego veremos en la obra cumbre del thriller terrorífico que protagonizaría; o esa indómita Scarlet Johanson emulando en la humedad a Janet Leigh.  Se hace imprescindible, no obstante, además de haber visto la seminal ‘Psicosis’, ser un estudioso de la obra y vida del orondo Alfred para asimilar y disfrutar plenamente de la multitud de guiños y detalles repartidos por todo el metraje.

Película divertida y muy cinéfila, justo tributo a uno de los iconos creativos del cine clásico, que marcó la modernidad con sus filmes, como aquel cuyo proceso de gestación protagoniza la película, y, más aun, al de su no tan conocida amante esposa, imprescindible y profesional, Alma Reville.

(1)    ‘Las damas de Hitchcock’ (Donald Spoto, Ed. Lumen, 2008).

Calificación: 3.