sábado, 2 de febrero de 2013

Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012)

 

Un director con Alma

La película, tras un preámbulo cómico, muy del gusto de la casa, como esas breves intervenciones del director inglés conque prologaba los episodios de la popular serie ‘Alfred Hitchcock presenta…’ (1955-1962), para reforzar esa idea de que vamos a ver puro cine dentro del cine, se inicia y cierra con parecidos momentos: la salida de la premiere de ‘Con la muerte en los talones’ (North by northwest, 1959) y la de otro estreno, el de ‘Psicosis’ (Psycho, 1960).
Pero no estamos ante un biopic al uso sobre de uno de los directores más mediáticos e influyentes de la historia del cine y, divago, resulta curioso como el cine no haya reparado tanto en su propia historia, la de mostrar la vida de sus mismísimos creadores. Tampoco es que lo haya hecho demasiado con algunas de sus rutilantes estrellas. Quizás porque prefieran mirar para otro lado, los guionistas no miran demasiado al ombligo del cine, salvo en abstracto, y ahí están ‘8 ½’ de Fellini, ‘La noche americana’ de Truffaut, o ‘El crepúsculo de los dioses’ de Billy Wilder, de entre unas cuantas. Pero no es el caso de sus directores históricos. La excepción que confirma la regla es quizás esa ‘Ed Wood’ (Tim Burton, 1994) sobre el tal psicotrónico autor, aunque sí lo ha hecho esporádicamente con algunos momentos puntuales y rodajes. Evitando la exhaustividad y la consulta, me vienen a la mente ‘Cazador blanco, corazón negro’ (White Hunter Black Heart, 1990) donde Clint Eastwood recreaba el rodaje de ‘La reina de África’ de John Huston, o ‘La sombra del vampiro’ (Shadow of the Vampire, Elias Merhige, 2000) donde la trama se centraba en el rodaje de ‘Nosferatu’ a cargo de F.W. Murnau.

‘Hitchcock’, segundo filme dirigido por el británico Sacha Gervasi (Londres, 1966), guionista de ‘La Terminal’ (Steven Spielberg, 2004), que había debutado en la realización a finales de la década pasada con un documental sobre una banda de rock duro canadiense, se parece a esas últimas, otra suerte de making-off cinematográfico. La historia se sitúa en un momento muy concreto de la amplísima carrera de posiblemente uno de los directores de cine más conocidos de todos los tiempos, sino el que más. Estamos en 1959 y Alfred Hitchcock, llegado a la industria del cine norteamericano más de 15 años atrás, convertido en rey midas de la época dorada del cine hollywoodiense de los cuarenta y cincuenta después de haber entregado títulos clásicos como ‘La ventana indiscreta’ (Rear window, 1954), ‘¿Quién mató a Harry?’ (The trouble with Harry, 1956), ‘El hombre que sabía demasiado’ (The man who knew too much, 1956), o ‘De entre los muertos’ (Vertigo, 1958), se encuentra en una encrucijada creativa, lo que la temida página en blanco supone para un escritor: decidirse por un nuevo proyecto. Y la película combina perfectamente dos mundos, el ámbito profesional del mundillo del cine, de la que la película es un buen exponente, rodada en tono semidocumental, disciplina nada ajena a Gervasi, de los procesos que rodean el alumbramiento y creación de una película, desde la selección del argumento -en este caso la novela de Robert Bloch, ‘Psycho’-, la contratación del guionista, los casting de actores, las arduas sesiones de rodaje, las bambalinas, los estudios, las proyecciones y las inquietudes de los productores, el no menos árido montaje, hasta el estreno. Y el otro, el del universo personal, la intrahistoria de las personas que están detrás, comenzando con el director, en primer plano, y su mujer, Alma Reville, aquella montadora que conoció en los Estudios Islington en los primeros años veinte, quien, desde los inicios de sus carreras en el cine de las islas, fue una estrecha colaboradora suya a la par que amante esposa. Y, dentro de este universo o substrato personal, la película nos muestra 2 temas muy interesantes: uno, los dilemas del director, y en este caso concreto de Hitchcock, un maestro en su profesión, pero ‘desconectado’ o desencantado de la vida en general, cuyo único objetivo, aparte de su gusto en combatir su ansiedad vital con recurrentes paseos a la cocina en busca de suculentos manjares o al minibar en busca de esa copita, es el deseo irreversible de plantear un nuevo hito, una película realmente moderna, rompedora, capaz de maniatar y sorprender al espectador como máxima obsesión; el otro, la conjugación de estos anhelos con su vida personal y su matrimonio. En este sentido, el protagonismo del director se alterna con el de la olvidada y frágil Alma y, en este sentido, el mensaje que la película pretende transmitir es una reivindicación clara del papel de la Reville en la obra hitchcockiana, vital rol que el propio director termina reconociendo en la secuencia final del filme. Si bien la bibliografía hitchcockiana es amplísima y las referencias superarían el propósito y amplitud de esta mera reseña crítica, seleccionamos, al azar, esta cita de Anne Baxter, la actriz protagonista de ‘Yo confieso’ (I confess, 1952), con ocasión de un incidente, el retraso de Alma en la vuelta a casa tras un paseo en coche de ambas por la campiña canadiense durante el rodaje del mencionado: “Entonces comprendí hasta qué punto dependía Hitchcock de su mujer y también que ella disfrutaba de la situación. Él necesitaba estar con ella a la hora de cenar, y ella no se había presentado. Yo me disculpé, pero él no me perdonó, y nuestra relación quedó dañada para siempre”. (1)
Semejantes papeles son interpretados por dos sobradas ‘bestias’ de la actuación como son un perfectamente transformado Anthony Hopkins, que hace gala del peculiar hieratismo del personaje que recrea, punteado por el peculiar acento cockney del personaje real, y su partenaire, Helen Mirren, dando vida a la dedicada, cuando no desdichada, esposa. Verlos es una delicia y muchas secuencias se adentran en el terreno de la comedia desbordando mordacidad e ironía. El resto del elenco es igualmente afortunado y efectivo; impagable resulta la secuencia de la entrevista entre un bisoño Anthony Perkins (James D'Arcy) en el que adivinamos muchos de los tics que luego veremos en la obra cumbre del thriller terrorífico que protagonizaría; o esa indómita Scarlet Johanson emulando en la humedad a Janet Leigh.  Se hace imprescindible, no obstante, además de haber visto la seminal ‘Psicosis’, ser un estudioso de la obra y vida del orondo Alfred para asimilar y disfrutar plenamente de la multitud de guiños y detalles repartidos por todo el metraje.

Película divertida y muy cinéfila, justo tributo a uno de los iconos creativos del cine clásico, que marcó la modernidad con sus filmes, como aquel cuyo proceso de gestación protagoniza la película, y, más aun, al de su no tan conocida amante esposa, imprescindible y profesional, Alma Reville.

(1)    ‘Las damas de Hitchcock’ (Donald Spoto, Ed. Lumen, 2008).

Calificación: 3.